jueves, 10 de marzo de 2011

Las risas de mi hermano


Se supone que un hermano mayor debe cuidar de los pequeños, pero ¿qué ocurre cuando el hermano mayor requiere una atención especial?
Debido a unas complicaciones durante el parto, Philippe tiene una discapacidad intelectual que le impide ser como los demás, una «enfermedad que no se cura», tal y como los padres de Anne le dicen cuando apenas tiene siete años. Escrita en forma de breves episodios, esta emotiva narración, dirigida a Philippe como si se tratara de una larga carta, evoca los recuerdos de la infancia de Anne y expone las consecuencias que la sombra de su hermano ha tenido en su propia vida.

"Las Risas de mi hermano" de Anne Icart

Os dejo un pequeño trozo del libro:
Mamá lava los platos en el fregadero. El agua corre suavemente y la espuma del lavavajillas se hincha cada vez más. Voy a soplar para que salga volando. Hay un cazo de leche al fuego. Estoy de pie al lado de Mamá, pero soy demasiado bajita y no veo el fregadero. Sólo veo la ventana que hay encima, y el cielo y el perfil de Mamá. Y el montículo de espuma. Me habla. Como a una persona mayor, es lo que dice. Ahora ya tengo uso de razón. También dice que tú no eres como los otros niños, que estás enfermo y que necesitas que se ocupen más de ti. Yo creo que estás resfriado, como yo a veces, y que harán venir al doctor Viterbo, y él te curará. A mí me cura bien, aunque me niegue a quitarme los pantalones cuando quiere auscultarme.
Eso le hace reír mucho. Así que no pasa nada.
–No pasa nada, ¿verdad, Mamá? No pasa nada. Se curará, ¿no? ¿Por qué ya no oigo correr el agua? ¿Por qué ya no oigo el ruido de la leche que hierve en el cazo?


Mamá me explica que no tienes un resfriado, sino una enfermedad que no se cura. Que siempre estarás igual, y que siempre nos necesitarás, mucho más que los otros niños, mucho más que yo. Que hay que ser muy amable contigo. Que habrá que cuidarte bien, siempre. Yo lo único que retengo es que no te curarás. Que, por tanto, no eres un héroe, mi héroe, mi hermano mayor que me da seguridad, que es digno de admiración,
que me tranquiliza cuando tengo miedo de la oscuridad y de los pulpos marcianos. Mi héroe, en quien no he notado que las palabras chocan contra sus labios, en cuyo caótico caminar no he reparado, ni tampoco en los retrasos acumulados. No he visto nada de todo eso, nunca, cegada como estaba por una admiración inmensa. Mi hermano
adorado. La espuma del lavavajillas se hunde bruscamente. La leche se ha derramado por el borde del cazo. Y yo estoy como ella. Quemada. Rebosada. Desbordada.
No es posible algo semejante. Mamá se equivoca. No puedo dejar de quererte. El mundo no puede derrumbarse así. ¿Por qué abrirme los ojos a todo eso?


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